lunes, 20 de junio de 2011

LA DANZA DE LOS AVELINOS


Fotos de danzantes Avelinos de la SASAR

Foto histórica del Batallón San Jerónimo de Tunán "Chalaysanto"


Mediante la Resolución Directoral Nacional N° 1013/INC se declaró Patrimonio Cultural de la Nación a la danza Los Avelinos de San Jerónimo de Tunán, de Huancayo, Junín el 31 de julio de 2008. Si bien es un justo reconocimiento a esta manifestación de los pueblos del Centro, el tenor de la declaración mal resume la importancia de esta danza. Por ello reproducimos el siguiente escrito altamente ilustrativo sobre los Avelinos, indomables guerreros "chalaysanto".



Escribe : "SOCIEDAD DE AVELINOS SAN ROQUE DE HUALHUAS" "SASAR"

La danza de los Avelinos, tiene su origen ancestral en la infausta Guerra del Pacífico, allá por los años de 1879 a 1833, en la que durante la Campaña de resistencia",de la breña marchaban los guerrilleros o montoneros de Cáceres, al compás de las palabras “yana y Jarachamanta” (pié derecho, pié izquierdo) de la población del Valle del Mantaro, WANKA MAYU, tomó parte activa para defender nuestra patria al mando del "Taita" Andrés Avelino Cáceres, entre los que se encontraban ciudadanos del Diversos distritos del Valle del mantaro como HUALHUAS y san Jerónimo quienes, ofrendaron su vida en defensa de su tierra natal y de la tierra de sus antepasados.

EN EL DISTRITO DE Hualhuas, Esta danza se presenta todos los años con ocasión de la octava a las fiesta tradicionales del 23 de agosto en honor al Santo Padre y venerable médico San Roque.
La vestimenta representa a harapos, mendigos y fingiendo locura, se infiltraron en la línea del enemigo. Es pues, esta gesta la que da origen al baile tradicional y representativo conocida como el de LOS AVELINOS.
El vestuario le da la apariencia de un harapiento y menesteroso Y esta se compone de tiras negras y colores oscuros, que representan los uniformes gastados con los que andaban los montoneros de Cáceres. esto ocurre en el Distrito de SAN JERÓNIMO DE TUNAN. pues serian los mas antiguos forjadores del tradicional avelino,
".Asimismo, usan una máscara de diversos modelos, algunos de pellejo, o tela ,El baile se desarrolla avanzando por las calles con pasos cortos y continuos giros.
HUALHUAS, tiene una particular y singular característica en lo que se refiere a su vestimenta pues estos son de colores múltiples y muy alegre, hecho en base a retazos de paños, lonas multicolores, principalmente rojo, verde y amarillo, con máscaras o caretas más sofisticadas y diversas. Lo que se les conoce como los avelinos mas modernos del valle y de la región central del Perú.
Es decir un Avelino más modernizado, que se baila al compás de Bandas de Músicos, durante su fiesta patronal del 22 de Agosto de cada año.


LOS AVELINOS UNA DANZA DE PARODIA HISTÓRICA

Cuando terminó la contienda bélica, empezó la leyenda de los indomables guerrilleros "Chalaysanto", quienes formaron el batallón N° 10 San Jerónimo, compuesto por 500 plazas, todos ellos llevaban seudónimos para así no ser descubiertos menos que sus familiares sufrieran represalias, de ahí que con el correr de los años perduran apodos Como'. upuy, uquish, Chile, Pistacho, Yanatullo, Maqui, Shucsho, Itish, Mishillunco, etc.
Ser "Avelino" es ser valiente, es ser guerrillero, es ser espía, es ser invencible, es ser todo, Estos gloriosos guerrilleros estuvieron en una serie de enfrentamientos tanto en el Valle del Mantaro, así como en otros puntos de nuestro querido Perú.
El Batallón 10 San Jerónimo, participó en la 1ra. batalla de San Jerónimo llevada a cabo en el paraje de “Huaychulo” un 4 de febrero de 1882, en la que salieron victoriosos los Jeronimenses, así también estuvieron en el asalto de Concepción un 9 de Julio de 1882, en Tarma Tambo y Santa Cruz 15 y 16 de Julio de 1883 en la batalla decisiva de Puca Pachas, en territorio de San Jerónimo en la que la peor parte de llevaron los mapochos, para terminar su participación el 10 de julio en la batalla de Huamachuco, dando lugar al nacimiento legendario de los Avelinos.


VESTUARIO DE LOS AVELINOS

Los Avelinos", llevan puesto un vestuario especial con cientos de retacitos de telas de color oscuro, cosidos en la ropa, (saco y pantalón), dándoseles una apariencia de personajes pobres y míseros.
Se complemente otros atuendos como la manta.
A la espalda cargaban un amantada vieja, y dentro de ella al descubrir aparece una manta nueva donde portaban deliciosos potajes como picante de cuyes, canchas, charqui, tamales, habas tostada papá seca y otros potajes, complementando con la chicha de jora. Es decir pues en esa manta llevaban sus alimentos y las cubrían con dos o tres mantas, con el propósito que se mantenga calientes durante las largas caminatas que recorrían estos guerrilleros de Cáceres, la mascara representa el cansancio, el desgaste físico, por lo que estaban atravesando. Ahora ya mucho mas moderno, debido a que se usa mascaras de jebe de diferente tipo y significado.


MÚSICA DE LOS AVELINOS

La música tiene un ritmo, muy alegre y en ciertos tonos un poco melancólico, que aun no se a podido determinar quien es el autor de dicha música, pero por la antigüedad es probable, que esta habría tenido su origen en algún compositor de San Jerónimo de Tunan.
La danza de los Avelinos, es jocosa, satírica, del ritmo violento y una combinación de pasos, dando la sensación de alegría, aunque algunas veces es nostálgico.

http://avelinosasar.com/index.php?option=com_content&view=article&id=4&Itemid=13


Alfred Métraux y José María Arguedas: dos vidas, dos etnólogos, dos pasiones (1)

José María Arguedas en Huancayo, Perú


Alfred Métraux con los indios Uru en Bolivia

Patricia Arenas*

La lectura de un texto de John Murra sobre Arguedas me evocó a Alfred Métraux (2). No tenía claro por qué, pero Métraux se hacía presente

a lo largo de la lectura que no lo menciona: dos etnólogos, dos pasiones, dos muertes buscadas.

Esta exposición es sólo una semblanza en la que intento acercar y alejar a Alfred Métraux de José María Arguedas. No es un paralelo extemporáneo

el que puedo hacer entre dos etnólogos que no sé si se conocieron, pero vivieron el mismo tiempo, la etnología fue su metier, apelaron a la literatura, experimentaron la desazón de una conciencia dividida y pusieron fin a sus vicisitudes suicidándose.

Gesto definitivo que, me aventuro a decir, es impugnación de su tiempo y a la vez afirmación de la vida, final coherente y significativo que nos obliga a reinterpretar lo hecho y dicho por uno y otro, en tanto el final completa la parábola de la existencia.

Y para comenzar me hago la siguiente pregunta: ¿puede un suicidio transformarse en la contraseña explicativa de una experiencia intelectual?

¿Es lícito entenderlo como el reconocimiento de un fracaso personal, de la inadecuación ideológica y moral a su tiempo histórico, de la fatal insularidad de la cultura? O, tratándose de quienes se trata, ¿la coronación luctuosa de un socialismo negativo que profetiza el pasado, incapaz de ver el futuro?.

Son preguntas existenciales o, si se quiere, antropológicas, a las que no voy seguramente a responder, pero que me guían en esta semblanza.

Alfred Métraux, suizo de origen, criado en la Argentina, educado en Europa y norteamericano por adopción, fue un etnólogo itinerante y desasosegado.

Desde sus primeros trabajos, un breve paso por la Arqueología en 1922 y luego en el Instituto de Etnología de Tucumán en 1928, comenzóun largo itinerario académico con algo de errante: Berkeley, Yale, México, Santiago de Chile y París, que finalizará en el silencio y la soledad del valle de Chevreause, en una muerte anunciada con una demanda perpleja: en su texto publicado unos meses antes en la revista de la UNESCO (institución que lo jubiló) la pregunta fue: ¿la vida termina a los sesenta? (3). José María Arguedas nació en la sierra andina peruana, estudió en la costa y dejó dramáticas y maravillosas páginas de exaltación mítica de la cultura asediada de los quichua parlantes. De allí a la costa limeña, de San Juan de Lucanas a Cangallo, de Arequipa al mar, de Puquio al Cuzco, criado en la sierra de comuneros y arrojado a la costa de los propietarios (4).

Ambos compartieron la pasión por la Etnología, el uno buscando entre los mitos y rituales, el otro interrogándose por la articulación entre lo serrano y lo hispánico, en la música y en la tradición oral. Ambos indagaron identidades, no sólo la de las comunidades que estudiaban, sino las suyas propias. Dos desgarramientos, dos estar mal en la cultura. Métraux, hijo de un médico suizo y de una inmigrante rusa judía, recordará su niñez afirmando: “Tuve una infancia argentina, y la cordillera y la pampa seca formaron parte de mis recuerdos. Creo que esa marcada inclinación que desde muy joven sentí por el paisaje argentino señala el origen de mi carrera” (5), experiencia fundante de una fuerte vocación. José María Arguedas nació en Andahuaylas, en la sierra peruana mirando al sur. Su madre, hija de una distinguida familia local y su padre, un abogado de provincia. Tenía tres años cuando su padre viudo se casó en segundas nupcias, su madrastra (término que él usaba para dirigirse a esa señora) encomendó sus cuidados a los criados indios de la casa. En la parte de atrás de la hacienda, en la cocina, en los graneros, aprendió a hablar en quichua -aprenderá a hablar castellano a los ocho años- experiencia que determinará su identidad serrana. Dirá: “mi niñez pasó quemada entre fuegos y el amor”, y describió su Andahuaylas natal diciendo que “entre alfalfares, chacras de trigo, de habas y cebadas, sobre la lomada está mi pueblo”. También, como Métraux, admiró los Andes de su niñez: “Y yo era muy tranquilo, decía, estaba sólo entre los domésticos indios, frente a las inmensas montañas y abismos de los Andes donde los árboles y las flores lastimaban con una belleza que en la soledad y el silencio del mundo se concentran” (6). De origen burgués, Métraux no fue el burgeoise apoltronado en los privilegios de clase. Situó su existencia en la incomodidad del cruce cultural, entre colonizadores y colonizados, protegido en su identidad mediterránea y occidental hasta descubrir su propia insularidad en el choque desigual de las culturas. La suya (su cultura) expansiva, beligerante, tecnológica, adversa a sus propios principios; la otra (la de Arguedas) condenada, más humana en la sencillez de sus medios, sobreviviendo en la tradición cosmológica y comunitaria de la portentosa meseta de los Andes, con una fuerte impresión romántica, aquella que da la idea de la unidad entre el carácter del pueblo y el paisaje. Cada comunidad que Métraux visitó, cada paisaje que atravesó, cada rito y mito que capturó y explicó quedaron textualizados en sus trabajos de Etnología: notas de campo, informes de agencias, monografías y libros. Los textos de Arguedas, en vehículos literarios prestigiosos: novela social, cuentos, poemas vanguardistas, ensayos antropológicos, en un doble registro que fue de la escritura etnográfica a la literatura. Fue al “campo” a hacer Etnología y retornó “de allí” y, en su “distanciamiento” produjo textos literarios e informes académicos, como en el caso de sus trabajos en Guatemala financiados por la OEA, en donde su experiencia de campo está ficcionalizada en El Forastero. Cuando la ficción le quedaba vedada, apelaba a la Etnología, cuando hizo Etnología pensaba y juntaba material para sus novelas. Entre Yawar Fiesta (Fiesta Sangrienta) (1941) donde enfrenta la cultura serrana y costera y Ríos Profundos (1958) texto autobiográfico, conoció el vía crucis del artista bilingüe y, como dijimos más arriba, la de una conciencia dividida. Ambos estaban convencidos de que los universos que estudiaban desaparecerían (en el caso de Métraux, mundo perdido y evocado en el trabajo sobre los chipayas de Carangas) (7); en el caso de Arguedas la fuerza Imperial de los Incas, en el poema épico sobre Tupac Amaru (8). Veían esos mundos silenciosamente empecinados a disolverse en el tiempo. Ambos no creyeron en el Hombre, esa abstracción conceptual, ese mito occidental del humanismo burgués, sino en lo que los hombres “son” y “sienten”. Los veían silenciosos, absortos, entregados, despreciados, ya sin alma y mal asimilados en la periferia de la urbe. Desde aquella Etnología que ambos practicaron hasta hoy, mucho se ha discutido sobre los textos etnológicos. Si narrar es traducir conocimiento en un relato y la narrativa es un metacódigo, un universal humano que surge de la experiencia del mundo, los dos fueron narradores. Dijo Arguedas que “a un país antiguo hay que auscultarlo, pues el hombre vale tanto por las máquinas que inventa como por la memoria que tiene de lo antiguo” (9). Y para encarar el trabajo sobre esta memoria, como no quería traicionar el punto de vista del “nativo”, su problema metodológico y sobre todo existencial, fue tratar de responderse a la pregunta ¿en qué idioma se debe hacer hablar a los indios en la literatura? La solución fue inventar un idioma especial en el cual mixturó palabras castellanas incorporados al quechua (10). Sus “otros”, sus nativos, no sólo fueron “sus vecinos” sino sus compañeros de juego de la niñez, con los cuales se crió. Cuando le preguntaban si así hablaban los indios respondía: “no, los indios hablan quechua, esto es literatura y en la literatura es posible la ficción” (11). En la no-ficción, en la Etnología, los hizo hablar castellano. Pero, me pregunto ¿podemos leer sus textos literarios como si fueran trabajos etnológicos? En el caso de Métraux, ¿podemos leer sus textos etnológicos como literarios? Si hacer Etnología es integrar un conocimiento al cuadro general de la humanidad, este objetivo se cumple en ambos. Viene al caso el texto de Métraux sobre la situación de las mujeres en las sociedades primitivas en donde aporta a la idea de que los gestos del amor y los ideales de belleza están histórica y socialmente determinados (12). En la obra de Arguedas está presente constantemente la certeza de que el crimen mayor que ha cometido el Perú blanco fue el haber desoído la voz de su pasado, el no haber vuelto a su historia, el haber olvidado que es un país antiguo. Para Métraux, en cambio, se trata de la pérdida de los lazos solidarios del neolítico, pues el hombre había errado el camino al ir más lejos de ese período, en el que tenía ya todo lo necesario para la vida. El socialismo ronda la esfera de ambos en sus deseos, aunque no reconocen el camino del compromiso militante partidario hacia su realización. Arguedas dirá que Mariátegui –aquel que unió marxismo e indigenismo reivindicativo- le dio la comprensión global del mundo. No tendrá partido porque era un libertario. Métraux trabajará desde una agencia internacional, se ocupará de temas sociales y políticos: el racismo, las relaciones raciales de posguerra, el etnocentrismo, la resolución de conflictos, las migraciones, el desarrollo sustentable, temas que poco a poco se incorporarán en las constituciones de muchos países del mundo. Trabajó desde la Antropología Aplicada criticando el centrismo que sostenía, que las instituciones de las sociedades que estudiaba eran, según sus propias palabras, “repugnantes y abominables”. En ambos el bien, lo justo, en sus medidas y proporciones, se hacía presente en relación directa a su lejanía de la ciudad. Allá en la sierra está la materia espiritual para un Perú diferente, pues en la naturaleza la muerte es la solución de la vida, en la intuición de que la integración regenera lo que muere en el todo. En cambio en El Sexto, la sórdida cárcel del Perú en donde Arguedas purgó su militancia antifascista, es el Perú mismo de la costa, el sumidero de todas las esperanzas del mestizaje, producto de la urbe occidentalizante y corrupta. Métraux dirá: “yo me he sentido extremadamente cómodo y mucho menos extraño que en mi propia civilización”, y agrega “puede ser porque percibí alrededor mío una especie de reposo” (14). La ciudad quita a cambio de un prometido bienestar material, esto es el desencanto. Las utopías negativas de Métraux y Arguedas tienen distintas profundidades en el tiempo: son del Siglo y sus dos guerras atroces, del tiempo de la Revolución de Octubre y la descolonización, el fascismo (del cual fueron ambos víctimas), la guerra de Argelia y la de Corea. Vivían la aceleración témporo espacial como un drama personal. La armonía de la Razón y las verdades confortables se tambaleaban. Ambos fueron apocalípticos sin banderas. Proclaman la pluralidad, pero tienen sus paraísos en lugares distintos y desfasados en el tiempo: Métraux fuera de su civilización, en la tribu en torno al fuego del hombre del neolítico. Arguedas en los rastros y las vivencias de una civilización andina condenada a desaparecer y violentamente silenciada. Idealización, como si lo auténticamente humano radicara en la localización cultural de sus experiencias, en la evocación nostálgica de alguna infancia. Arguedas revive la sociedad peruana de la época como un demiurgo, un padre bueno de criaturas idealizadas que hablan lenguas mixturadas. Para el etnólogo mestizo la Revolución debía ser un salto hacia el futuro, con el impulso de la identidad, para liberar el espíritu de la tiranía desarticuladora del progreso material y de la aculturación que promueve la incultura del egoísmo, del individualismo y la supervivencia del más apto, el menos sensible y el más corrupto. Esto lo sabían tanto Métraux como Arguedas. Ambos llegaron al fin de sus vidas en los sesenta, cuando el mundo parecía despertar a la historia dejando a sus espaldas la prehistoria y el futuro no era una especulación desalentadora, mientras los jóvenes se oponían a la guerra genocida de Viet Nam, luchaban por la liberación del imperialismo y preparaban el Mayo Francés alentados por la revolución cubana y el paradigma moral del Che. Métraux articula su humanismo con la práctica profesional pues sostenía que “las experiencias humanas del terreno hacían de un científico un antropólogo” (14). Comenzó por recoger “las imágenes directas que se reflejaban en el espíritu de los indígenas” para no deducir su visión exterior en razón de un conjunto de ritos o de creencias cuyo significado oscuro no correspondía a su noción actual. La literatura, agregaba, no podía sino ganar con estas búsquedas, ya que darían la clave de nuevas actitudes mentales, activas en la crítica, si se quiere, al etnocentrismo. En sus primeros trabajos de Etnología “erudita” apeló a su sensibilidad y a su intuición, pues afirmaba que no había método en etnografía aparte de ciertos principios de imparcialidad, asegurando que la libertad de investigar debía ser completa. Ninguna directiva preconcebida, ningún sistema, “todo el arte se reduce a una perpetua adaptación del hombre a las circunstancias” (15). En Arguedas su niñez se transformó en una experiencia de aprendizaje estético, generador de narrativa. Y ese aprendizaje cultural estará en la base de su reflexión etnológica. Unió el conocimiento de la lengua nativa con el trabajo de campo prolongado y comprobó que su conocimiento del mundo serrano era fundamental para sus trabajos etnológicos, es decir, sus vivencias infantiles y sus imágenes fueron las bases de su curiosidad etnológica. Ese fue el mundo que quería comprender, que quería aprehender, que quería explicar. Decía tener una mala preparación teórica y agregaba “lo que hago es que huelo los problemas, los vivo”. Esto lo pone en “lugar de traductor” y no sólo de códigos lingüísticos. Ambos se suicidaron. Arguedas eligió los claustros de San Marcos en donde era profesor de Antropología, Métraux las afueras de París, un bosque en un valle. No era la primera vez que lo intentaban, hubo otras, Métraux en la Isla de Pascua en 1935, y Arguedas en Lima en 1966. Pero, como todo suicidio es una conmoción, una distorsión de la vida, vale volver al principio y preguntarnos de nuevo, ¿puede un suicidio explicar una vida? Ambos suicidios fueron anunciados, Métraux en su famoso texto ¿La vida termina a los sesenta?, Arguedas en los Diarios que incluyó en su última y despareja novela Los Zorros de Arriba y los Zorros de Abajo. Un día Arguedas ya no pudo escribir y dijo: “Si no puedo volver a escribir, me mato, solo tengo que decidir la manera”. Y lo hizo en la Universidad, un sugestivo e indescifrable mensaje, como si los despojos que allí dejaba fueran los del blanco académico, mientras que su otra mitad, el indio testimonial y cercado, se sumiera en el silencio de sus hermanos, confiando quizá en la palabra ya dicha y su fructificación en una América distinta, identitaria y plural. Un 12 de abril de 1963, cerca de las ruinas de la Madelaine, en los bosques de Chevreuse se encontró el cuerpo sin vida de Métraux. Había muerto nueve días antes tras ingerir cuatro tubos de Gardenal. Junto a su cadáver se recogió un bloc en donde había anotado los primeros momentos de su agonía con la minuciosidad de sus apuntes etnográficos. Murió como etnógrafo, registrando, observando. Un mes antes de morir le escribió a un amigo diciéndole: “desgraciadamente me comienza a faltar material original, y es tiempo de que yo retorne con los indios”. Su final voluntario nos llevaría a la búsqueda de sentido en el contexto histórico en que se da su vida de nómade, y en este marco sociocultural un “estar mal en la cultura” que dio materia a psicoanálisis, al surrealismo, a las utopías sociales, a costosas búsquedas personales. Métraux buscó responder en clave existencial a la pregunta sobre su elección de la Etnología como forma de vida: “la mayor parte de los etnógrafos, sobre todo aquellos que trabajan en el campo, son en una medida u otra rebeldes, ansiosos, gente que se siente mal en la comodidad de su propia civilización. Este carácter subjetivo es tan evidente que ha intentado ser lo que distingue al antropólogo del sociólogo. En verdad estas disciplinas son conexas, pero “el antropólogo se siente incómodo en una sociedad, los sociólogos se encuentran bien y no buscan reformarla” (16). Afirmó que en sus inicios estaba muy preocupado por el aspecto científico de la Etnología y estimaba que el entusiasmo que suscitaba la revelación de las culturas exóticas revelaba incluso el etnocentrismo de los hombres de su época, que sólo veían la cuestión bajo su aspecto estético y pintoresco. Sin embargo, la revelación de esas nuevas culturas, sobre todo las de América del Sud, le daban un sentimiento muy diferente, como dije más arriba, de reposo. Pero también había un motivo más profundo y más general. Lo decía empujado hacia otras civilizaciones tan distantes de la suya, tenía su fuerza en “una suerte de nostalgia, una nostalgia que nosotros, hombres de occidente tenemos, lo que llamó la 'nostalgia del neolítico'. Nos habíamos equivocado al ir más allá del neolítico, porque en ese período el hombre había reunido todo lo que necesitaba para vivir y era más feliz que ahora. En una entrevista Michel Leiris (1988) define a Métraux como un poeta, a pesar de no haber escrito poesías. Para él mucho de los escritos de Métraux tienen valor en ese sentido, pues además “este hombre - su fin lo probó a todos los efectoscompletamente inadaptado a la vida actual, rodó golpeado por todas partes sin llegar jamás a estar satisfecho. Esto es francamente poético”. Tal vez un recorrido por la obra etnográfica de Métraux permita comprender la afirmación de Roger Bastide cuando dice que Métraux fue víctima de la insularidad, pues “el drama de todo etnólogo es el drama de toda la humanidad pero multiplicado aún por el hecho de que él entra en contacto con civilizaciones muy diferentes a la nuestra: es su drama, nuestro drama, es el que Métraux ha sentido con una intensidad particular: el sentimiento trágico de nuestra insularidad”. Ese mismo sentimiento que sintió Arguedas, basta con buscar en su literatura o en su producción etnológica. Hacer etnología y escribir tal vez fuera para ambos intrepretar el caos y restablecer el orden. Lucharon contra sí mismos y contra “los otros”. Sus vidas cobran sentido en sus momentos históricos. Tal vez hoy, estas pasiones en el contexto de “political correct”, donde no hay discenso, no hay debate, ni ideas, donde los intelectuales a menudo cambiamos el valor de las ideas por el trabajo académico, estas vidas y estas muertes no tengan el mismo sentido y sólo sean tenidas como procesos.

Notas

(1) Una versión anterior de este trabajo fue presentado en el Seminario Internacional sobre Etnografía Europea en América Latina: el caso de Alfred Métraux, realizado el 11 de junio de 1998 organizado por la Universidad y el Museo de Etnografía de la ciudad de Ginebra, el Instituto de Antropología y Pensamiento Latinoamericano de Buenos Aires y el Instituto de Arqueología y Museo de la Facultad de Ciencias Naturales e Instituto Miguel Lillo de la Universidad Nacional de Tucumán.

(2) Murra, J. 1995. José María Arguedas: dos imágenes. Mundo Precolombino. 2. Revista del Museo Chileno de Arte precolombino. Santiago de Chile.

(3) Para más datos sobre A. Métraux ver: d´Ans, André Marcel, 1992. Prólogo de Itineraires, París; Homnage a Alfred Métraux par Claude Lévi Strauss, Roger Bastide, George-Henri Riviere, Michel Leiris, Claude Tardits, 1964. L´Homme. IV:.2:5- 19. París y Aurio, C. y Monnier, A. 1998. De Suiza a Sudamérica. Etnologías de Alfred Métraux. Museo de Etnografía de Ginebra, Suiza.

(4) Para más datos biográficos de J. M. Arguedas ver: Anthropos. 1992. Revista de Documentación Científica de la Cultura. José M. Arguedas. Indigenismo y mestizaje cultural como crisis contemporánea hispanoamericana. Nro. 128; Rovira, J. C. 1992. Autopercepción intelectual de un proceso histórico. Sobre el Perú, el indigenismo y la novela; Alemany Bay, C. 1992. Cronología de José María Arguedas e Indigenismo y mestizaje cultural como crisis contemporánea latinoamericana. (ibídem).

(5) Métraux, A. 1953. Autobiografía. Revista Humanitas. Universidad Nacional de Tucumán. 2.4: 357-360. Tucumán.

(6) Arguedas, J. M. 1965. Intervención en Arequipa. Primer Encuentro de narradores Peruanos. Arequipa. 1965. Lima. Casa de la Cultura.

(7) Métraux. A. 1936. Les Indiens Uro-Chipaya de Carangas. Revista Geográfica Americana, IV:35:99-106.

(8) Arguedas. J. M. Túpac Amaru Kamaq Taytanchisman (A nuestro Padre creador Túpac Amaru). Varias Ediciones.

(9) Arguedas, J. M. 1974. El Sexto. Barcelona. 2da. Edición.

(10) Arguedas, J. M. 1950. La novela y el problema de la expresión literaria en el Perú. Mar del Sur. Lima. 9. enero-febrero 1950.

(11) ibídem.

(12) Métraux. A. 1935. La mujer en la vida social y religiosa de los indios Chiriguano. Revista del Instituto de Etnología de la Universidad Nacional de Tucumán. Tucumán.

(13) Bing, F. 1964. Entretiens avec Alfred Métraux. L´Homme. IV:2:20-31. París.

(14) ibídem

(15) Métraux. A. 1925. De la méthode dans les recherches ethnographiques. Revue d´Ethnographie et des Traditions Populaires. 24.25: 266-290. París.

(16) Bing, F. 1964. Entretiens avec Alfred Métraux. L´Homme. IV:2:20-31. París.

(*) Patricia Arenas - Tafí del Valle, Tucumán, Junio de 1998.

Publicado en : Revista de Investigaciones Folclóricas - vol. 14

diciembre de 1999 pp 103-107

http://www.revistarif.com.ar/index.php?option=com_content&view=article&id=8&Itemid=6

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